Las curtidurías medievales y renacentistas continuaron con la tradición del curtido lento con tambor, donde el cuero es sumergido en tanques llenos de agua rica en tanino y se dejan reposar durante semanas.

En la corte de los Medici, por ejemplo, se exigía por ley que el cuero se dejara en contacto con el tanino de castaño durante al menos 8 semanas, bajo pena de pagar 2 escudos por pieza de cuero animal.

Los artesanos utilizaban los extractos vegetales de la madera en diferentes maneras, no sólo para el curtido vegetal en el tanque, sino también en el teñido del cuero y los tejidos. Los taninos se utilizaban como «mordientes», lo que significa que estabilizaban los pigmentos utilizados para teñir las fibras; la fase de ebullición para fijar el color se denominaba «Mordiente» y se utilizaba principalmente para las hojas de mora, la madera de roble, castaño o abedul y las nueces de agalla.

El tanino de agalla se utilizaba para fabricar una tinta oscura que también se usaba para escribir. En esta época, el uso de extractos naturales se basaba en la experiencia directa, la intuición y las tradiciones ancestrales, llegando incluso a traspasar los límites de la alquimia.

Se crea la figura del artista-artesano, capaz de tomar los mejores recursos que ofrece la naturaleza para luego transformarlos. Es el verdadero comienzo de una amistad entre el Hombre y el Tanino destinada a durar siglos.